Pocas veces los documentales tratan sobre la economía, y menos aún sobre la empresa, cuyas puertas no se abren fácilmente y cuyos sujetos son complejos. La originalidad de La Sirena de Faso Fani reside en su título: evoca al mismo tiempo la historia de una empresa y lo que ha significado para un pueblo. Pero el interés de esa película es también el de mostrar los intentos actuales para reactivar el sector y el de introducirlos en esta historia que no hubiera podido existir sin una buena dosis de sueño y de fe.
Solemos decir que el documental es el cine de la realidad, pero eso es una reducción. Si la realidad es la esencia de su proyecto, también trata de desvelar las creencias que la sostienen. Un buen documental capta a los personajes y grupos en su realidad pero también las ficciones que les animan. Es el caso de esta película, como lo demuestra la referencia a la sirena en el título, en el doble sentido de la palabra: el timbre y la hechicera. Michel K. Zongo nos retrata una aventura industrial pero también lo que generó su éxito: el sueño de una producción local de tejido independiente en el Burkina Faso de Thomas Sankara. Por eso la película empieza este último, con sus discursos llenos de humor y de compromiso: « No hago un desfile de moda, pero me gustaría simplemente decir que debemos aceptar vivir al modo africano, es la única forma de vivir libres y dignos ». Le Faso dan Fani (tela tejida en el país) era un tejido sin un solo hilo procedente de fuera: la fábrica de Koudougou, situada en el corazón de la zona algodonera del centro-oeste, se convierte en una especie de florón de una revolución. Ciudad dinámica y trabajadores privilegiados: Michel Zongo se acuerda de esa época dorada de su juventud. Su voz hace eco a la de Sankara y a las imágenes de archivo.
« Cuando uno se ahoga, se agarra a todo, incluso a las serpientes »: las imposiciones del programa de ajuste estructural acabaron con la próspera fábrica, privatizada para reembolsar la deuda del país, luego reestructurada y finalmente liquidada el 31 de marzo de 2001. Los ancianos evocan el desamparo obrero y las secuelas de los productos químicos, sin que lleguen a ser los temas centrales del film. Aunque se preocupan por hacer sentir que la economía local está muy condicionada por la economía global, el objetivo de Michel Zongo y de su productor Christian Lelong, con el cual trabaja de forma muy estrecha, se centra más bien en favorecer el posible renacimiento del sueño que anuncian los hombres y mujeres, cada vez más numerosos, que tejen en su patio. Efectivamente, « se escucha el estrépito de los árboles que caen pero no el murmurio del bosque que crece »: las mujeres se agrupan en cooperativa para producir telas de mejor calidad que las importadas y les ayudan los ancianos para que los productos sean comercializables.
La tela de algodón, el peritaje y el mercado todavía existen: las condiciones están reunidas para reactivar el sector. Para que la sirena de Faso Fani pueda renacer, hace falta que la fe en la libertad de un trabajo digno esté reanimada: sin duda ese es el proyecto y la aportación de esta película comprometida. De esa manera Michel Zongo privilegia en las entrevistas con los ancianos todo lo que en el mito del Faso Fani se convierte en un discurso actual. Su mirada atenta está llena de empatía. Tanto en el montaje como en la puesta en escena, sigue el ritmo de sus interlocutores y de su actividad para que nos resulten familiares. Hasta que, con sus dedos expertos, tejan un futuro posible, el futuro de una economía controlada, actual, en ruptura con las vías sin salida del pasado. Su película se convierte entonces en un canto a la vida que, más allá incluso de Koudougou, puede animar a muchos emprendedores y confirma que un cine de emancipación devuelve a cada espectador su poder de actuación.
Traducción: Marion Berger (http://www.africaescine.com)///Article N° : 13226